Hace unos meses leí en el Huffington Post una carta escrita por Isabelle Tessier titulada “Quiero estar soltera pero contigo”. Con una prosa parecida a la de otros manifiestos virales como “Sal con una chica que lea” o “Sal con una chica que viaje” la carta de Tessier evoca una especie de relación idílica en la que los involucrados mantienen las prerrogativas de la soltería mientras disfrutan de las mieles de una relación monogámica pero sin compromisos.
Por esos días, el novio de mi amiga B. la dejó porque no estaba listo para compromisos, sin embargo, le propuso seguir manteniendo sus encuentros sexuales como amigos. B. lo pensó, era una oferta tentadora, pero decidió declinar porque no era lo que estaba buscando. Vivió su despecho y siguió adelante, como corresponde. El asunto es que desde entonces he quedado un poco inquieta respecto al tópico de las relaciones.
Quizá es porque escribo desde territorio seguro: estoy enamorada de un hombre que desarmó con una sola frase los cinco argumentos adolescentes con los que yo solía manejarme en estos predios. “No me interesa ser tu amigo”, dijo.
Bum.
Algo dentro de mí hizo una implosión silenciosa, como el quiebre del tallo que precede a la caída de la hoja. Callarme la boca en defensa propia es algo que no sé hacer bien, pero por alguna razón más parecida a la intercesión divina que a la madurez, esa vez decidí intentar el silencio.
De lo contrario, habría disparado alguna de las joyas que tenía en colección. “Yo no soy lo que tú crees”, ésta me hacía lucir misteriosa y, desde mi punto de vista, sexy; “yo no te convengo”, la mejor para infundir cierta idea de peligro aunque en rigor yo era bastante conveniente: independiente, profesional, solvente e iba a terapia; “tú no te quieres enamorar de mí”, ésta condensaba misterio y peligro con altas dosis de baja autoestima; “estoy confundida” que en realidad siempre quiere decir “no quiero estar contigo pero no soy valiente para admitirlo” o la que sigue siendo mi favorita para despachar discusiones que me generan pereza intelectual “es complicado”.
¿Es complicado?
Claro que es complicado, Einstein. Se trata de personas. Los índices bursátiles son complicados, la situación en Siria es complicada y las relaciones son complicadas porque las personas lo somos. Cuántos cobardes nos hemos escondido alguna vez detrás de esta frase porque no sabemos si podremos mantener a flote una relación sin precipitarnos de cabeza hacia el fracaso.
Dice Sigmunt Bauman en su extraordinario ensayo Amor líquido que en la postmodernidad “cuando la calidad nos defrauda, buscamos la salvación en la cantidad. Cuando la duración no funciona, puede redimirnos la rapidez del cambio”. Habla de la sociedad de consumo, claro, pero también de las relaciones. Visto de este modo, dan ganas de salir corriendo cuando el asunto empieza a tornarse serio o de relativizar hasta la caricatura tus necesidades afectivas para aumentar tus probabilidades de estar con alguien, como en el caso de la carta que nos convoca. Ser ligero, acceder, dejar hacer, dejar pasar, parece ser la fórmula.
He estado del lado Tessier de las cosas y es muy duro pensar que quizá algo malo pasa contigo, que estás roto o imposibilitado para estar en pareja porque todas tus relaciones fracasan y que, por ende, lo mejor sería aceptar entrar al juego en condiciones desfavorables, sin muchas exigencias, emparejándote con gente que no te interesa, tóxica, con la que no tienes nada en común, que no te quiere o a la que no quieres, gente que es pareja de otra gente, gente que no se compromete, en fin, una gama infinita de personas a quienes lastimar o que te lastimarán de vuelta sin que puedas hacer mucho para evitarlo, excepto escribir alguna tonta carta en Internet que se haga viral para beneplácito de tu ego. En mi caso, además, el Síndrome de la Intensa lo empeoraba todo: me creía demasiado interesante como para tener una relación correspondida y estable.
¡Oh! Pobre criatura ignorante.
Aún hoy, la idea de la felicidad vista como el último peldaño de una cima en la que no ocurre otra cosa que lo feliz me resulta atroz, pero he descubierto que hay disfrute en el hecho de estar comprometida en un proyecto en conjunto. Contigo. Sin peros. También hay miedo, porque te importa, pero, sobre todo, porque estar en pareja es uno de esos momentos vitales en los que estás llamado a producir coraje como insulina. El amor es la manera que tiene la vida de decirte: crece. No debe ser sencillo, pero debe ser natural, como cuando llueve o cuando tiembla. Porque es de soberbios creer que no hay otro gato en el mundo tan bueno como tú para lamer tus heridas y quedarse contigo. Pero es de tristes creer que tú no eres ese gato para alguien más.